57. CÓMO DEJAR EL ALCOHOL Y VIVIR SIN ÉL.
Los alcohólicos, como los adictos a otras sustancias o comportamientos, los somos con todos los sentidos. No bebemos únicamente al uso. Todos nuestros sentidos se ponen en funcionamiento al revivir situaciones de consumo, acontecimientos especiales, lugares y actividades relacionadas con la bebida, olores, ruidos, colores. Todo aquello que en nuestra vida ha estado relacionado con el alcohol susceptible de ser cambiado debe serlo, si queremos permanecer mínimamente seguros en la nueva vida sin alcohol.
No tiene ningún sentido poner en peligro la abstinencia por ramalazos de orgullo equivocado, pretendiendo que se tiene una fortaleza especial para aguantar situaciones en las que la bebida está presente. No haremos sino activar los centros de recompensa cerebral, que nos presentarán todos los recuerdos agradables del consumo. El subconsciente acumula estos estímulos en forma de ansia sutil, que será descargada en el momento más inesperado, sin que sepamos que ocurre, ni porqué hemos cogido el de nuevo el primer vaso de alcohol.
Los lugares, el ambiente de consumo social y en el que las invitaciones a tomar un trago pueden ser frecuentes, no son el entorno ideal para dejar una adicción tan brutal como es el alcoholismo. La impulsividad puede y hace de las suyas borrando de nuestras mentes los inconvenientes que el consumo puede ocasionarnos. Las reservas mentales se apoderan del control y acabamos desterrando cualquier conato de sensatez, borrando los dolorosos recuerdos del último desastre.
Nadie conoce mejor que nosotros cuál ha sido nuestra modalidad de beber, nuestros lugares y ambientes preferidos. Y, desde luego, nadie sabe hasta qué punto estamos decididos y apreciamos la abstención conseguida.
Pequeños o grandes, los cambios de hábitos que se recomiendan son efectivos. Son el precio a pagar para un comienzo serio del proceso de rehabilitación y producen un impulso sorprendentemente fuerte para mantenerlo.