26. LAS CARAS DEL ALCOHOLISMO (III)
13 de marzo, 2012
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Nuestros organismos (los de l@s alcohólic@s) nunca hicieron esa clase de rechazos orgánicos. Muy al contrario, nos sentíamos con mayor control a medida que bebíamos más y, desde luego no nos provocaba ningún malestar físico, sino que se incrementaba el deseo por beber aún más, de tal forma que nos era imposible dejar de hacerlo. Podíamos planear tomar una o dos cervezas, pero una vez que el alcohol entraba en nuestro cuerpo, se hacía dueño y señor de la situación y nuestra mente era incapaz de controlarlo.
Algo importante: al hablar de NORMAL Y ANORMAL, entiéndase «anormal» como diferente, no como malo, débil o despreciable. En cuanto al alcoholismo se refiere, la diferencia entre «normal» y «anormal» radica en que, por «normal» se entiende lo habitual, lo que le ocurre a la mayor parte de la gente. Pero, aproximadamente a 1 de cada 10 personas, le ocurre lo que a nosotr@s.
Decimos que nuestra reacción al beber alcohol era «anormal» ya que ningun@ de nosotr@s podía beber sin dejar de hacerlo hasta estar completamente borracho, lo cual es una de las razones más importantes para considerar que, en lo que al alcohol se refiere, somos distintos a la mayoría de la gente.
Cuando una persona «normal» siente los efectos del alcohol está prácticamente lista para parar de beber. Cuando un alcohólic@ siente los efectos del alcohol, lo que necesita es seguir bebiendo. Ciertamente, en ocasiones puntuales, hemos sido capaces de controlarlo, pero invariablemente llegaba el momento en el que éramos incapaces de parar. A nuestras voluntades les era imposible controlar el IMPERIOSO DESEO FÍSICO por beber. No era difícil, era imposible.
El Dr. Silkworth indicó que «ese deseo físico estaba más allá de cualquier control mental«.