12. LAS 12 TRAMPAS – 5ª TRAMPA: EGOCENTRISMO Y AUTOSUFICIENCIA.

LA HUIDA HACIA ADELANTE: AUTOSUFICIENCIA NEURÓTICA, AGRESIVIDAD, OMNIPOTENCIA.

Algunas personas adictas padecemos la necesidad neurótica de sobrecompensar los complejos de inferioridad llamando la atención mediante el efecto que nos producen las sustancias o las conductas adictivas, convirtiéndonos en personas presumidas, jactanciosas, exhibicionistas y fanfarronas.
El complejo de inferioridad consiste básicamente en un sentimiento persistente de sentirse menos que los demás como resultado de experiencias desafortunadas de la infancia, donde las necesidades de afecto y aceptación no fueron satisfechas adecuadamente provocando una falta de autoafirmación en las cualidades y potencialidades de la persona, dando lugar a una persistente inseguridad y falta de confianza en ella  misma.
Todo esto nos causa un evidente desequilibrio en la vida e inconscientemente tratamos de compensar la situación con los medios que tenemos a nuestro alcance. Este fenómeno se denomina «sobrecompensación» y es un mecanismo de defensa psicológico de la personalidad.
Al hacer uso de la sobrecompensación tendemos a ubicarnos en los extremos. Nos convertimos en extremistas, lo cual es una característica muy típica de las personas adictas que siendo tímidas en introvertidas, cuando nos tomamos unos tragos, consumimos cualquier otra sustancia o ejercemos nuestra actividad adictiva favorita, nos convertimos en habladoras, atrevidas y extrovertidas hasta aburrir. Transitamos de un extremo al otro mediante la utilización de las sustancias o las conductas. De cobardes a valientes, de tímidas a audaces; de calladas a parlanchinas impertinentes.

Reflexiones como la siguiente clarifican, creo que adecuadamente, esta tendencia de sobrecompensación: «en mi adolescencia tenía que ser un atleta cuando casi no había atletas. Tenía que llegar a ser músico, porque casi nadie lo era. Tenía que ser el delegado de la clase en la escuela. Tenía que intentar ser el primero en todo lo que emprendía porque en mi interior me sentía menos que nada. Sin embargo, no podía aceptar esa profunda sensación de inferioridad en la que vivía permanentemente y esforzándome intensamente, logré convertirme en capitán del equipo de fútbol (del peor equipo de fútbol) y aprendí a tocar algún instrumento  musical llegando formar parte de un conjunto de moda en la comarca donde vivía. Esta exigencia desmesurada de todo o de nada fue lo que más tarde me destrozó»

EL EGOCENTRISMO

La necesidad neurótica de ser siempre el centro de atención, de ser personas admiradas y aplaudidas, de tener siempre razón y no escuchar a otros, es una necesidad enfermiza consecuencia del miedo a no ser aceptadas o a ser rechazadas. Ser una persona egocéntrica es otra consecuencia de la sobrecompensación al complejo de inferioridad. De ahí la necesidad de destacar en todo, de ser la primera.
La psiquiatría define el egocentrismo como «una disposición mental que mueve a los individuos a referirlo todo a ellos, y a no abordar los problemas que se les plantean sino desde su punto de vista estrictamente personal, con menosprecio de los intereses vecinos o del interés general».
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Lo vemos habitualmente como simple egoísmo, pero también puede revestir formas patológicas peligrosas. En grado menor (y aquí es dónde nos  incluyen a las personas adictas) el egocentrismo se manifiesta en los siguientes términos: «débiles», «vanidos@s», «desequilibrado@s», «mitóman@s», «hablador@s» o «fanfarron@s». Histéric@s que se desbordan en manifestaciones tumultuosas y espectaculares y que no tienen otro interés que que llamar la atención sobre ell@s. Otro cuadro añadido son las complicaciones psicóticas de las sustancias y las conductas adictivas.
En casos de patología mental más severa, el egocentrismo es uno de los elementos fundamentales de la mentalidad de la persona paranoica que persigue con obstinación incansable lo que considera su derecho, sobrestimando el perjuicio que dice haber sufrido a lo que añade agresividad y desconfianza, convirtiéndose en una persona conflictiva y antipática.
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Se dice que las personas adictas tenemos doble personalidad: una cuando en situación de no consumo y la otra cuando estamos intoxicados o en plena actividad adictiva. Esta última parece ser la que más nos gusta porque cuando estamos «puestos» de lo que sea o actuando adictivamente, nos convertimos en quienes nos gustaría ser y no somos.
Resumiendo, un buen número de personas adictas tenemos antecedentes de de privación afectiva y falta de afecto en los años clave de la infancia, lo cual nos provoca un intenso sentimiento de inferioridad, falta de confianza y de autoestima. Como consecuencia de todo ello, desarrollamos mecanismo de defensa psicológicos de sobrecompensación que nos llevan a un egocentrismo neurótico, con una gran necesidad de llamar la atención, para lo que recurrimos a la muleta emocional que nos proporcionan las sustancias o el comportamiento adictivo que son los elementos que nos permiten sobrecompensar todas nuestras carencias.

PERFECCIONISMO

Con el abandono del consumo y/o la actividad adictiva y el comienzo de la rehabilitación podemos lograr paulatinamente, mayor seguridad y autoafirmación, mejorar la autoestima conseguir mejor equilibrio emocional.

Pero, como todos los demás órdenes de la vida, hay quienes no hacen debidamente el trabajo de rehabilitación indicado y persisten en el egocentrismo neurótico, cayendo en otro tipo de conductas compensatorias como el «perfeccionismo», la «autosuficiencia neurótica» y la más peligrosa de todas «la omnipotencia».
El perfeccionismo no es más que otro mecanismo de compensación. En nuestro fuero interno, las personas adictas, seguimos pensando que somos menos que las demás, que seguimos siendo culpables, y echamos mano del perfeccionismo para compensarnos. Irracionalmente severas con nosotras y con las demás personas, vamos siempre criticando y nos convertimos expertas en dar consejos a otra gente que somos incapaces de aplicarnos a nosotras mismas. Mientras más criticamos, mejores personas nos sentimos. Y, a la vez, desarrollamos una creciente incapacidad para la autocrítica y si alguien nos censura, nos sentimos gravemente ofendidas.
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Nos convertimos en jueces de los demás como mecanismo de evasión de nuestra propia realidad. Este mecanismo es progresivo y nos hace caer en la autosuficiencia neurótica, que nos convence de no necesitar más ayuda que la nuestra propia, considerando que no hay nadie que pueda estar a nuestra altura.
La autosuficiencia neurótica es una forma de soberbia intelectual que encubre un gran miedo a enfrentarse con un@ mism@. Este temor tiene su origen en la infancia ya que, seguramente, vivimos durante ella situaciones que nos forzaron a emplear «mecanismos defensivos de represión emocional» revestidos de escudos de negación, para evitar el dolor psicológico de nuestra propia realidad que , desde luego, no somos capaces de aceptar ni entender.

ORGULLO

El orgullo genera soberbia, y la soberbia omnipotencia, tres rasgos muy peculiares en las personas adictas que, durante la rehabilitación, son un obstáculo importante para conseguir la estabilización.
El orgullo, o la sobrestimación por la persona de sus propias o supuestas capacidades, hipertrofia el «ego» y persuade a la persona de sus derechos a la estima y el aprecio ajenos. Con la compañía habitual de la intolerancia, la tiranía, el abuso de autoridad y el despotismo, junto con la altanería y la hostilidad, convierte a la persona adicta en un ser despreciable y odioso por  muy inteligente o genial que sea.
Hijas del orgullo, la vanidad y la soberbia son los motores de la constitución paranoica. un terreno ideal para el recelo, la desconfianza y las ideas persecutorias. La siguiente sentencia aclara el dilema que estas ideas suelen generar: «Quienes están dominados por el orgullo se ciegan inconscientemente a sus propios defectos. Estas personas no necesitan que se les levante el ánimo, sino que se les ayude a descubrir una brecha por donde pueda entrar la luz de la razón a través de la muralla que su ego ha construido».
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La expresión máxima del orgullo es omnipotencia, que puede ser definida como «el desbordamiento de un ego hipertrofiado que engendra una deformación de la personalidad», produciendo un ser narcisista, convencido de ser el dueño de la verdad, de que la razón sólo le pertenece a él, y de que es la única que existe en el mundo. La persona omnipotente tiene que crear sus propias verdades, puesto que es incapaz de distinguir entre lo real y lo que es una falacia nacida de la sinrazón.
La única posibilidad de contrarrestar esta locura es la práctica de una humildad realista, desprovista de cualquier connotación pseudoreligiosa, que se asiente en los programas de rehabilitación con propuestas útiles dirigidas a la línea de flotación del ego, acompañada de una aceptación responsable de las propias limitaciones y defectos de carácter. La humildad genera virtudes de sobriedad tales como la «dignidad». La persona omnipotente es arrogante, la humilde digna. La arrogancia es hija de la soberbia. La dignidad, hija de la humildad.
A las persona inmaduras emocionales, los primero éxitos de la abstinencia pueden llevarnos por el tortuoso camino del orgullo, la soberbia y la omnipotencia. Por tanto, el camino de la rehabilitación y el equilibrio psicoemocional, está claramente definido.
«Como se puede apreciar en estas «trampas», las personas que padecemos adicción, somos bastante más complejas que el escaparate que mostramos ante los demás en nuestro diario vivir. Distinguir entre una persona adicta y una consumidora excesiva, es comprender todo este proceso psicológico. La adicción es una enfermedad mental».
(Joseanf)
tfnos: 943 37 42 90 – 688 86 15 51
Alcohólic@s y Adict@s en Rehabilitación Gipuzkoa

 

 


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