11. LAS 12 TRAMPAS – 4ª TRAMPA: CULPABILIDAD Y CASTIGO.

11. CULPABILIDAD Y CASTIGO.

Las personas adictas hemos sido casi siempre señaladas, acusadas, humilladas y avergonzadas de forma constante e intensa por amigos, conocidos, familiares y las más terrible de caso, por nosotras mismas superando las más de las veces a unos y otros. Un proceso sistemático que acabó por desarrollar en nosotras un reflejo condicionado de culpa.
Es sabido que, aún en nuestros días, la adicción sigue siendo para mucha gente un problema moral, un vicio. Todavía quedan quienes siguen pensado que cualquiera que desarrolle una adicción es una persona degenerada que tendría que ser apartada y estigmatizada por la sociedad de bien. Incluso, a veces, son nuestros propios familiares quienes piensan de esa manera…
Esto explica en buena medida por qué las personas adictas hemos estado girando siempre alrededor de la culpa y la vergüenza. Y, desde ese punto de vista, tampoco es nada raro que nuestros familiares se avergüencen de nosotras. No se habla del problema en público pero, en privado, nos agreden o nos humillan.
Bien sabemos que muchos de nuestros comportamientos durante la actividad adictiva generan culpa y vergüenza: los insultos, las agresiones, los accidentes, las mentiras descubiertas, etc… Todo ello va generando desprestigio y mala fama. Nadie confía en nosotras y, poco a poco, estas situaciones nos van creando un intenso y permanente sentimiento de culpa y vergüenza, convirtiéndose en un lastre que día a día va pesando más sobre nuestra conciencia.
Y, aunque aparentemente somos personas rebeldes y subversivas  y rechazamos los señalamientos y las condenas de los demás e incluso, en ocasiones, asumimos actitudes de cinismo y descaro, en el fondo, somos las que más nos condenamos, más nos rechazamos, más nos odiamos y más necesidad neurótica de castigo tenemos.

EL SABOTEO AL ÉXITO Y EL «NO ME LO MEREZCO».

La resaca física, lógica consecuencia de las intoxicaciones o de los desastres propios de las conductas adictivas es, dentro de lo mal que nos haces sentir, lo que menos nos duele. Porque la resaca emocional, produce un sufrimiento insoportable, un tormento intolerable que hace que nos odiemos aún más a nosotros mismos, que vayamos perdiendo la autoestima gradualmente y que nos sintamos como lo peor de lo peor: Algo poco menos que infame.
La culpa genera vergüenza, la vergüenza falta de autoestima, y todo ello da lugar a un sentimiento de auto rechazo y odio hacia la propia persona, que produce la necesidad neurótica de expiación. Los dos términos en los que se manifiesta la necesidad neurótica de expiación son «el saboteo al éxito» y «el no me lo merezco».
Vamos navegando por la vida con bandera de culpables. Y, aunque conscientemente queremos recuperarnos y triunfar en la vida, inconscientemente, nos saboteamos el éxito, pues nuestra necesidad neurótica de expiación nos lleva a la oculta convicción de que merecemos la felicidad y que la mejor manera de pagar todas nuestras faltes es fracasando sistemáticamente en todos los intentos de superación, quedándonos en la condición de perdedores permanentes hasta expiar todas nuestras culpas.
Y, lo peor de todo, es que nuestros jueces más implacables somos nosotras mismas. La imposibilidad de perdonarnos nos impide alcanzar la estabilidad. Mientras no soltemos el lastre de la culpa, las personas adictas no podremos avanzar en la vida. Seguir atadas al pasado, a nuestras miserias, a la vergüenza, y a sentirnos menos que los demás, nos impedirá alcanzar las metas que nos impulsaron a dejar el consumo o el comportamiento adictivo.

EL RESENTIMIENTO, LA AMARGURA, LA DEPRESIÓN Y LA FALTA DE AUTOESTIMA.

La culpa, para colmo, va muy relacionada al resentimiento. Quienes nos somos capaces de liberarnos de nuestros resentimientos, tampoco podremos hacerlo con la culpa, ya que todo resentimiento lleva implícito algo de culpa, y toda culpa algo de resentimiento. Las personas culpables y resentidas, ni se perdonan, ni pueden perdonar.
Otras emociones indeseables que genera la culpa, son la amargura existencial y la depresión. En nuestro permanente miedo al triunfo, las personas adictas, nos saboteamos a nosotras mismas, lo que nos lleva a continuos fracasos existenciales. Comenzamos a buscar culpables ajenos a nosotros y a situarnos como víctimas de todo lo que nos ocurre.
Cuando esta situación se torna crónica caemos en la depresión, que exacerba la culpa provocando apatía y estancamiento, aumentando la inseguridad y la baja autoestima y nos sume en un círculo vicioso de «culpa-vergüenza-autodestrucción y necesidad neurótica de expiación», del que no somos capaces de salir.
Es evidente, por tanto, que tenemos que liberarnos de la culpa y la vergüenza adquiriendo un auto concepto más fuerte y positivo más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier otra persona. Debemos ser más tolerantes con nuestros fallos, tratando de evitar siempre juicios injustos cargados de perfeccionismo que nos conduzcan al auto castigo.
LA NECESIDAD NEURÓTICA DE APROBACIÓN:
Otro elemento típico de nuestro perfil psicológico es la «necesidad neurótica de aprobación». Por causa de nuestra inseguridad y baja autoestima, estamos siempre pendientes de lo que los demás esperan de nosotros. No tenemos metas propias por lo que nos mantenemos a la expectativa de lo que ellos decidan. La falta de confianza es casi total. Estas, como se comprenderá, son algunas de las razones por las que caemos en la adicción activa.
De hecho, la mayoría de las personas adictas, nos vimos inducidas a consumir inicialmente por la búsqueda de aceptación de los demás, para pertenecer a un grupo y no quedar aislados de mayoría dominante, llegando a niveles de poder ser calificados como «dependientes ambientales». Esto significa que dependemos mucho de las expectativas que giran alrededor del medio en el cual nos desenvolvemos. Por eso, entre otras razones, nos cuesta tanto decir «no».
Tal vez haya quien se pregunte qué tiene que ver todo esto con la culpa. Pues mucho. La culpa tiene que ver con la aprobación o desaprobación de otros. Cuando una persona insegura no hace lo que los demás esperan de ella experimenta culpa, miedo de ser repudiada, de no ser aceptada y, esto, constituye una amenaza importante para su seguridad psicológica.
Paradójicamente, y muy a nuestro pesar, cuando dejamos el consumo o la conducta adictiva, la necesidad neurótica de aprobación persiste y, lo que generalmente nos suele ocurrir, es que cambiamos unas necesidades de aprobación por otras.
Es evidente entonces, que una de las grandes tareas para el logro del equilibrio es la liberación de la culpa a través de lograr una escala de valores individuales que nos permita construir nuestras propias convicciones morales sobre las que desarrollemos un plan de vida a partir del cual nos hagamos responsables de nuestras conductas y de las consecuencias que estas nos acarreen.

ACEPTACIÓN Y RESPONSABILIDAD

– La aceptación es una condición fundamental para la liberación de la culpa. Muchas personas de nuestra condición, aceptamos nuestro problema de boca afuera, pero interiormente seguimos pensado que lo que nos ocurre no se trata de ninguna enfermedad, sino de un vicio y eso nos suscita culpa. Si pensamos en clave de «vicio» nos sentimos culpables. Pero si en lugar de eso, pensamos en la certeza de padecer una enfermedad llamada adicción, incurable, progresiva y potencialmente mortal, que puede ser detenida mediante la intervención de los grupos de ayuda mutua y la intervención profesional, lo que se genera es responsabilidad.
Cuando nos mantenemos en la línea de «no aceptación» (aunque finjamos lo contrario), seguimos anclados a la culpa, al resentimiento y a la amargura existencial. Cuando la aceptación es real asumimos nuestra responsabilidad para utilizar los medios que se nos proporcionan para atajar la enfermedad, entendiéndola y comprendiendo que los daños provocados son producto de ella y no terribles pecados imperdonables.
De modo que tomamos los medios, primero, para lograr la abstinencia, segundo, para lograr el crecimiento emocional y, tercero, para reparar todos los daños ocasionados durante el transcurso de la enfermedad activa, como forma de reconciliación con nosotras mismas y con los demás. Si dejamos de buscar culpables y de hacer el papel de víctimas, nuestra conducta tenderá a mejorar.
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