6 CÓMO DEJAR EL ALCOHOL Y VIVIR SIN ÉL 6

 EVITAR LA PRIMERA DOSIS

Casi, prácticamente, todos los recién llegados a los grupos de rehabilitación, nos sorprendemos al escuchar expresiones como “si no tomas el primer trago, nunca te emborracharás”, o “para mí, un trago es demasiado y 20 pueden no ser suficientes”.

Choca que, a  pesar de nuestra genuina inteligencia y de las múltiples pruebas e intentos que hemos realizado a lo largo de nuestra vida de bebedores para evitar emborracharnos, no se nos hubiera ocurrido algo tan sencillo como esto.
Los intentos siempre se dirigieron a detener la tercera  o la cuarta copa, nunca la primera. No sabíamos que el proceso se desencadenaba con el primer trago. Nadie nos había hablado de la “alergia física ni de la obsesión mental”. Ninguno podía saber que las sanas intenciones de tomar un par de copas se verían desestabilizadas en cuanto tomáramos la primera de ellas. Nos pasaba casi a diario, pero no éramos conscientes de ello y repetíamos una y otra vez la desesperante experiencia de intentar beber con control.

Veíamos entre escépticos y asombrados, como a medida que el tiempo fue pasando, no sólo no conseguíamos controlar el consumo sino que este se incrementaba. Lo esporádico se fue convirtiendo en habitual y las cantidades dejaron de importarnos ante la necesidad cada vez más acuciante de alcohol. Sin necesidad de llegar a vernos en estados lamentables, éramos incapaces de soportar la idea de que estábamos prácticamente fuera de control. Los esfuerzos por contener el incremento del consumo y los no menos importantes que teníamos que realizar para que nadie lo notara, iban consiguiendo aflojar nuestras defensas y poco a poco, de una manera sutil, nuestra manera de pensar fue cambiando. La relación amor-odio por el alcohol fue cambiando por la de “necesito beber para funcionar, o para calmarme, o para hablar, o para relacionarme, o…”

Cuando consideramos que el problema se no estaba yendo de entre las manos, algunos conseguimos detenerlo por algún tiempo. Puede que estos espacios fueran cortos o largos. Lo cierto es que pocas veces dependían de nuestra voluntad. Más bien eran consecuencia del miedo o de las llamadas de atención de médicos o familiares. Lo cierto es que de una manera u otra acabábamos con ellos y comenzábamos a beber con aún más intensidad que cuando lo dejamos, en una especie de loca carrera por recuperar lo no bebido. Tal vez, escarmentados por la experiencia comenzáramos a hacer pruebas cambiando de tipo de bebida. Pero la realidad es que, bebiéramos lo que bebiéramos, acabábamos igual que siempre, lamentándonos por no ser capaces de controlar algo tan sencillo como son unos simples tragos.

En algunos casos pudimos, o eso llegamos a creer, controlar algún trago y eso no hizo pensar que el problema estaba solucionado. Pero sólo era un espejismo, una absurda forma de auto-engaño, que en cuanto llegó la ocasión propicia, una celebración o algo parecido, nos estalló en la cara. La autosuficiencia, que nos proporcionó el falso control, había conseguido incrementar tanto nuestras ansias, que no parecía que hubiera alcohol suficiente para calmar nuestra sed.

Estas experiencias son las que, al parecer, nos hicieron llegar a la conclusión cabal de que, para nosotros, la única copa a evitar es, sencillamente, la primera. Sin ella no hay borrachera posible. Para nosotros es un ahorro de energía concentrarnos en ella. Por lo tanto en lugar de hacer grandiosos planes de futuro o en imaginarnos deteniendo el consumo a la tercera o la cuarta, nos centramos únicamente en aquella que nos puede proporcionar algún éxito.

Todos los expertos en adicciones están de acuerdo en este punto: es vital evitar la primera dosis ya que, para los adictos, es la que dispara el consumo descontrolado.

ALCOHÓLICOS EN REHABILITACIÓN GIPUZKOA

J.A.F. 02/07/2’12

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